Poesía en música

Latitud 16 de Noviembre de 2014

Poesía en música

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Sobre el origen de las canciones de amor.

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Roberto McCausland Dieppa

Inspiraciones apasionadas, poesías románticas, melodiosas canciones de amor y la genética masculina palpitan en unísono. Muchas, si no la mayor parte de las dulces, dramáticas, rapsódicas y envolventes piezas con insoluble sentimiento desbordado y la más sobre fluyente pasión se acreditan a nuestro género y temperamento… y de qué manera…

El buen amor, del Arcipreste de Hita, el Amor, de Liszt; Tristán e Isolda, de Wagner –tal vez la historia y poesía más apasionada, llena de sentimentales versos, enardecidos y encendidos, son predilectos entre los directores de cine en Hollywood y los amantes de la musa poética; copiada y transcrita por lo menos en parte, en todas las novelas e historias románticas como El día que me quieras, de Gardel; Layla, de Clapton, U2 y Bono –Con o sin ti– y ¿Has realmente amado a una mujer? (basada en una canción española), de Bryan Adams.

Todo establece de que por lo menos en los últimos casi seis mil años, las emociones masculinas en el amor, romance y la guerra han sido constantes y consistentes.

Jason Mraz, de los artistas musicales jóvenes con mayor público mundialmente, en parte por sus vínculos musicales con el bossa nova, y su pieza Jamás me rendiré (traducción del inglés) salió al público en el 2012 y tiene más de cincuenta y seis millones de visitantes en youtube y más de veinte millones de grabaciones vendidas. Efectivamente popular entre los jóvenes y con un gran título lleno de fervor y brío, valida el viejo juglar.

Entre Jamás me rendiré aunque el cielo se atormente, obstinante energía similar a ‘Por amor, juro de que prefiero oír el susurro de mi Heliodora que el deslumbrante arpa de Apolo en el cielo’: existen solo casi dos mil años en composición. La enloquecida pasión masculina en ambas amerita el comentario de Homero: “El calor humano, el susurro del amante, la irresistible magia, vuelven loco al hombre más cuerdo”. Bueno, entonces ‘si mi beso te ofende, entonces castígame con el tuyo’ y  con cierta picardía recontemos el origen de la canción romántica.

Al comenzar el homo tempus, la vida era más simple y tal vez eficiente: un joven al cumplir 7 años, decanos lo separaban de su madre, y lo iniciaban al mundo; arcos, piedras, flechas, la soledad, la buena cacería, el aparente enfrentamiento con todos los posibles miedos y, digo, aparente: sin los muchachos darse cuenta, eran cautelosamente vigilados y protegidos. Al sacarles el miedo de la vida, los volvían hombrecitos responsables de todo en su mundo: algo que sería muy práctico hoy día.

Y de acuerdo a sus habilidades en la solución de problemáticas maneras de pensar y actuar, establecían sus rangos: unos serían líderes, otros comerciantes, algunos pocos se dedicarían a la caza, pesca y las labores de la hacienda; pocos laboraban cerca del domus, porque esto era territorio femenino; no había campo para canciones de amor.

Los más apasionados se convertían en filósofos, brujos, médicos, cómicos cortesanos e historiadores. No existía el divorcio o el amancebamiento, y los decanos, fuera de sus funciones legislativas y oficios religiosos, escogían las futuras princesas de los ya hombrecitos, a menos de sus propias hijas. En casos, ellas escogían con el permiso y bendición de su padre y un especialmente difícil probatorio, de no imaginar. No había tiempo para canciones de amor.

Era espinoso, había que pasar percances enredados, de los cuales a veces sus propios padres corrían. Tras estudios y más responsabilidades, el consciente buen camino y suceso del paso probatorio, salían los futuros líderes o príncipes con confianza; de las princesas, sagaces y sabias en pareo. Con música, percusión y cantos se anunciaban las diferentes faces de proceso y las funciones sociales.

No existían posibilidades para canciones de amor.

Luego, ¡empezaron las guerras!Las posibilidades de la buena vida en descenso, la necesidad de tener barones, la poca energía masculina y la constante búsqueda de sinergias, el pragmaticismo de no enredarse en conflictos excesivamente alborotados y violentos de no llegar a buenas soluciones. Las mujeres se congregaron a pautar las relaciones con sus cónyuges, amantes y queridos y acabaron con la belicosidad fraternal.

Pareado con la codificación de la seducción inventada por Cleopatra Philopator, el iluso poderío masculino entra en largo, desesperado, moribundo y eternamente parsimonioso declive, continuando hoy día.

Para conmover, inquietar, perturbar e impresionar, emocionar y calmar, a veces impetuosamente otras sublimes, audazmente y estoicamente, y aún con pasión y dulces diabluras angelicales, a nuestro contundente opositor, sea una dama, el público, la buena suerte, la vida en general, el buen vivir, una gran meta por alcanzar o nuestras quejas, todo lo que requiere de nuestra energía, empezaron las canciones de amor. Como dice Bizet, para las damas el amor es un Pajaro rebelde: Te amo, si no me amas. Pero si te amo, ten cuidado.

Para el emperador Jahan (Taj Mahal) y Percy Sledge, cuando un hombre ama a una mujer no puede pensar en más nada. Y cambiaría al mundo por lo que encontró (¡y quién sabe qué más!), entre canciones de amor y picardía, existe la buena fe, el buen humor, las buenas ligas y el tiempo para disfrutar y esa inmutable persistencia masculina intemporal, ‘la guerra’ se convertiría en una más dolce vita.

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