Cómo aprendemos música

Latitud 01 de Junio de 2014

Cómo aprendemos música

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El autor elabora un análisis sobre la vida del compositor alemán Ludwig van Beethoven y cómo su educación musical fue influenciada por la tradición folklórica del entorno que lo rodeaba. El columnista compara esta tradición histórica de aprendizaje con nuestros lenguajes rítmicos tonales locales.

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Roberto McCausland Dieppa

Con este primer artículo sobre educación musical, empezamos el ciclo Beethoven, sus sonatas concerti y sinfonías en multi-medios.

A través de los años teorías y sistemas sobre el correcto aprendizaje musical han surgido, se han puesto de moda y luego entrado en desuso. Existen los que piensan que este misterioso arte auditivo se aprende mejor sumergido en un profundo e intenso ambiente sonoro y rodeado de resonancias y ejecuciones musicales. Otros creen que uno nace con el don y la genética. Aún otros piensan que el suceso en esta disciplina se debe al riguroso estudio y las largas horas de práctica y ensayo. Muchos piensan que es tal vez la buena suerte de poder hacer algo único.

Bueno, ante esto, una tarde de trabajo en el Viejo Continente, después de ensayos exhaustivos, salí a tomar aire fresco y en camino a un ‘espresso’ un ensamble llamó mi atención. Impecablemente vestidos en sus ropajes coloridos autóctonos, sentados en semi-círculo desordenado, como nuestros músicos de cumbia, con instrumentos al parecer sin relación: violines con clarinetes, guitarra, tambores, el famoso címbalo –arpa horizontal sonorizada con baquetas y pedales– precursor del piano; unas flautas tubulares, y a la diestra de un acordeón tipo bandolón a la espera del buen uso reposando en el espinazo de una pequeñita silla de madera forrada en cuero, igual a las que vemos en las fincas ganaderas en nuestra costa Caribe.

Sentado inocentemente, un joven, sonriente, a veces energético, luego soñoliento, ejecutando cuando posible y cada cuanto simplemente mirando, instruyéndose. De vez en cuando, estos pequeños deditos recibían indicaciones de un sobrio, elegante, fuerte y gentil hombre… la música no dejaba de sonar. El escenario, igual al que ocurre en nuestras regiones musicales al transitar tradiciones musicales y artísticas autóctonas generacionalmente, me acordó de cómo Beethoven había aprendido de su abuelo y su padre, y el padre, de su abuelo, respectivamente.

Definamos este misterioso arte sonoro emotivo. La música consta de sonidos organizados rítmicamente. Un idioma o lengua en el cual el significado emocional varía de acuerdo al receptor o el oyente en caso de no tener instrucciones alternas, sean visuales o en palabras. Sin ritmo no existe la música de manera cognoscente. Patronos rítmicos son la esencia de la música y la vida, el latido del corazón, nuestros primeros respiros y suspiros, nuestros primeros pasos ocurren en ritmo. En niveles aún más incuestionables, ritmo existe en nuestra acentuación o inflexión al hablar (el acento barranquillero), nuestras danzas y ballets, las sílabas en habla poética; en artes plásticas el uso del color, la ubicación, manera de exponer el sujeto en pinturas, el sugestivo movimiento en escultura… a ver, ritmo es vida. En música, el ritmo es el lienzo y el color es el tono.

Luego, de nuestro primer latido, siguiendo las expresiones corporales emotivas y comunicativas como la precaria danza de nuestros primeros gateos, nuestras primeras expresiones en lenguaje corporal, los sonidos emotivos sapientes, la palabra e idioma en habla y escritura ya codificada es la cúspide comunicativa humana entre-personal. Música y ritmo operan dentro del ámbito de sonidos en patronos rítmicos tonales sapientes emotivos: un nivel más primitivo y oculto en nuestro sistema neuro comunicativo emocional. Añadimos a este lenguaje rítmico sonoro emocional subconsciente el temperamento con el cual nacemos, y tenemos un idioma comunicativo emocional complejo, nada concreto.

Bueno, complejo, pero de suerte en el mundo occidental utilizamos frecuentemente patronos rítmicos con sus variaciones, engendrados de la inflexión del habla y la danza. Estos ritmos existen en la cumbia; en el dialogo rítmico entre la clave del tambor bajo, la flauta; en los minuetos y su acentuación; y en las piezas que el muy joven violinista gitano ensayaba. Con razón la música es un fabuloso misterio.

Sobre el misterioso aprendizaje del pequeño Ludwig, imagino que llegó a oír a su adorado abuelo cantar y sin duda estuvo expuesto a los valses, minuetos, romanzas y danzas alemanas autóctonas como era la tradición educativa musical de la época. Estas contienen el germen de la danza y lengua oriunda. Luego, Ludwig dejó bastantes piezas simples para niños, casi todas con el sentido de la danza y ritmo de su idiosincrática enseñanza, construidas similares a su idioma natal –un motivo rítmico desarrollado y complementado con otros a su alrededor dando sensación de una larga frase– en realidad pequeños grupos rítmicos adjuntos. Y, su legado sinfónico contiene material basado en música autóctona –‘El canto al pastor’ movimiento V, Sinfonía Pastoral– en parte evidencia de sus comienzos musicales.

Luego, bajo este complejo laberinto musical, el sentido del ritmo, su profundo conocimiento, coordinación y control bilateral (movimientos de caderas y piernas coordinados en contrapunto ensayados, nuestros bailes autóctonos) y un buen sentido de tono son factores que amplifican el suceso en el aprendizaje instrumental. Con buena coordinación, disciplina, enfoque y enseñanza idiomática, la paciencia y rigor mental afinan el oído. Esto y el sutil saber de cómo mejor aprenden los diversos temperamentos jóvenes, motivándoles y guiándoles con materiales relacionados a su predisposición autóctona, de grandes resultados en el proceso educativo en relativo corto tiempo.

En términos prácticos, esto se traduce de esta manera: Un futuro joven pianista o violinista en nuestra región, con el deseo de bien aprender, generalmente tiene un sentido del lenguaje rítmico tonal local. Entonces, comencemos su educación musical utilizando esta inclinación con piezas basadas en lenguaje rítmico y tonal de nuestra región. Aún más claro, digamos que su primera pieza sean variaciones rítmicas sobre un tema popular como Te olvidé, combinando idioma autóctono musical conocido contemporáneo con las tradicionales estructuras clásicas –lo mejor de ambos mundos– se lograría obtener  un alto nivel de coordinación rítmica sutil, y un buen sentido tonal. Traduciendo esto a términos beethovenianos, el joven aprende música partiendo del lenguaje rítmico tonal regional. Y como en Ludwig, ritmo, danza e idioma se transforman en música. De este punto, es simple el bien ejecutar una sonata básica de Mozart o Clementi.

Esta proposición ha sido implementada y con suceso. Bartok, Bela como lo llaman los magiares (su música se escuchó en el servicio de Gabo en Ciudad de México), compositor, pianista, conductor, excelente intérprete, no solo de su música sino de los clásicos, de jazz y de música regional de la Europa del este, compuso una serie didáctica para piano dedicada a su hijo, Peter, en la cual todas las piezas son basadas en el folklor autóctono. Bartok, asediado de monoculturismo, viviendo en un área multicultural, cambió la cultura educativa musical, legado empezado por Liszt y continuado por Kodaly, codificando, manteniendo y desarrollando música autóctona y promoviendo a su vez la de los grandes compositores . La serie es utilizada en muchos países y a su memoria, en Budapest, existen escuelas de música, radio clásico, salas de concierto, avenidas y museos denominadas Bartok. Al igual, este complemento educativo folklórico y clásico ha producido grandes pianistas, compositores, músicos populares, tres orquestas sinfónicas en Budapest, óperas, ballets y mucho más, todo por el reconocimiento del valor multicultural folklórico autóctono musical y su infusión en la música clásica. ¡Qué tal, nosotros también Barranquilla Sinfónica!

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