Año Nuevo con vals y champaña

Latitud 29 de Diciembre de 2013

Por: Roberto McCausland Dieppa

Maestrokam, como me llaman amigos afectivamente, ‘es el año celebrativo, el comienzo del siglo XXI. ¿Qué vamos a hacer y adónde vamos?”.

Bueno, espabilé y al abrir los ojos, flores guindando de los nidales sobre las puertas de las habitaciones, música sentida, sutil, a veces efímera, de pronto una cadencia gitana, un guaguancó, El caimán en español autóctono, sorprendente siendo yo el único caribe y latinoamericano, todo de ojos, bocas y gargantas eslavas, algo increíble.

Luego un zardas, Hava nagila (canción hebrea); a un lado, juegos entre familiares, en otro entorno un fumoir con Upmanns (habanos) directamente traídos de Cuba. ¡Oh, cuidado…!, la etiqueta requerida, traje negro, y para las mujeres, vestido largo de color. La fiesta de fin de año –Festivité de fin d’anneé– es de las más importantes del año, como es el carnaval para Barranquilla.

En las damas, cada milímetro de material y diseño reposa encantadamente tenue, justo en donde fueron ideados; luciérnagas encantadoras.

Las provocativas bellezas efímeras, estatuas griegas en vida, todo meticulosamente planeado para causar entusiasmo, emotividad y elegancia sutilmente guiada hacia la meta: el hombre de su deseo.

Los buenos deseos y las costumbres entre buenos amigos, amantes, familiares y parejas encantadas: regalos de lujo demarcando el fin de un buen año. Y, aunque el año no hubiese sido tan bueno, haberlo concluido en vida y festejando es ocasionalmente suficiente.

A mi derecha, la antesala, un potpurrí epicúreo culinario con ocho tipos de vino; el somelier demarcando individualmente las botellas y sus pertinentes. Y la izquierda, en vista de puerta abierta, los músicos, la orquesta galanteando al público ligeramente con valses ante el concertino anunciando los nombres. Pocos son los lugares en los cuales el fin de año se celebra tan de alma, corazón y elegancia.

Celebraciones de Año Nuevo, como el árbol de Navidad, provienen del Mediterráneo egipcio ptolemaico romano, de dogma místico-religioso. El Año Nuevo o Janus se celebraba con poesía, danza, el buen vino blanco dulce y sforzato, y la mejor compañía por once días.

Listo, Andresito, me avisas media hora antes de la medianoche para ordenar a repartir el champaña. . . El día donde no existe mucha organización y precisión, la fiesta del fin del año marcha como un reloj suizo –como decía Ravel– y de Ravel, antes de la medianoche, La Valse.

Las maderas, los cobres y el arpa se acomodan a un glissande, sigue un  brise vole… ajá… ahora un arabesque, se forma un trío, música, orquesta y bailarines asemejándose al oleaje, la tabla y el tablista; todos en unísono equilibrado balanceándose finamente al ritmo de las cimas, los valles, luego elegantemente reposando en las faldas de la playa –el fondo del escenario.

Al imperio romano entrar en receso, las fiestas del Novi Anni tomaron carácter secular in vino veritas.

La orquesta reafinando, los músicos acomodando, luces intermitentes, ¿ya todos con el champaña? Bueno, sí. Busquemos nuestros asientos. El edificio había pasado por varias remodelaciones desde su establecimiento en 1850.

Ni se diga, después del conflicto más violento que esta parte del globo ha vivido, a buena hora y con buen sentimiento se reconstruyen y se convierten en pacifistas. Sillas pana roja, bordes oro dorado, enumeradas exactas y con nuestros nombres.

Con gracia, calma y cálculo ensayado caminamos con nuestros elixires celebrativos. Luces disminuyendo, la trompeta de los tres minutos suena, todos mirándonos, asegurándonos de estar al alcance en planilla. Minuto y medio… agarren las servilletas, de seguro vamos a poder hacer el brindis, la orquesta lista, los bailarines en posición. Sí, somos ocho, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… uhmm… Cuento de nuevo y la cifra no cambia. Pero quien hace falta, Aniko, la pequeñita. Andresito, ¿en dónde está Aniko…?

En Reims, Francia, las fiestas de fin de año cerca a la catedral eran célebres con champaña, la buena vianda, las catires, la danza y la gran música. Rey Hugo Capet estableció la tradición celebrativa del vino local, el champaña, la procesión y la música celebrativa.

Demoró en ser aceptada como es hoy día. ¿Por qué sería, si es tan dulce y ensoñadora melodía?

Todos volteamos a mirar y nada. Un minuto, y no aparece. El segundo se vuelve horas, nuestras caras inquisitivas insolubles. Ya casi empiezan a contar segundos y nada que la joven aparece. Diez, nueve, ocho, siete, seis, las voces cada vez más altas y estruendosas. Aniko nada que aparece. Cinco, cuatro, tres, los arcos de los violinistas empinan, dos, uno, cero…“¡Feliz Año!”

Empieza el vals de Strauss, las copas en el aire y luego a bocas, serpentina, besos, voces de festejo, un tenue feliz año, una dulce apenada voz, Aniko, un poco irritada y adormecida nos mira, se había quedado dormida sentada en la antesala, ¡confundida!

Se dice que en la corte de Louis XVI utilizaron el copón del seno izquierdo de María Antonieta como modelo para la copa de champaña media ancha utilizada durante la celebración de su primer Año Nuevo como reina, bajo la sentida música del Gran Couperin.

II. Amor, baja que ya son las nueve de la noche y no tememos la champaña… Llevas once días con Erin mudando la casa y hay que festejar, baja…

¡Vamos… pero bueno…, eilen!!! (en alemán “apúrense”)… Ya estaba por acabar el año chino del cerdo rojo, Chávez y Uribe se miraban sin saber si amigos o enemigos.

Frío viperino, luces espabilando alegremente, regalos en búsqueda de amo, botas heladas calentándose a calor de fogón hogareño, energía y entusiasmo de casa en nuestras sonrisas.

Hacía solo unos días festejamos la Navidad en medio de coros menonitas, ajustando nuestros oídos y gargantas a largos, lánguidos y puras entonaciones de ‘canto plano religioso’ en dialecto antiguo alemán: el lenguaje de la comunidad.

Nada muy cómodo, pero una invitación que tomamos con seriedad, reverencia y gran decoro, aún más trascendental y significativo viniendo directamente del alma de una comunidad cerrada al mundo exterior.

El salón de concierto, festspielhaus, y salón de tertulias serias; un impecablemente limpio ordeñadero de vacas. Y aun, para la tan jubilosa ocasión, me vestí con la camisa blanca más elegante y las bragas más apropiadas, discretas, envuelto en un abrigo cuasi cobija.

¡Salimos! Llamas a Oma y Opa a felicitarlos antes de que los teléfonos no funcionen… Sí, no se preocupan y llaman a los vecinos… El más cercano, tres cuartos de milla…

Sídney, de los primeros en celebrar el Año Nuevo, la fiesta en la Ópera en fase a la bahía, empieza con vals y su melodía.

Los fuegos artificiales en compás con los barcos, un espectáculo que esboza alegría. ¡Champaña o cerveza! Como en antiguo Reims, en Australia fermentan champaña de uvas de vino rojo, aparenta hechicería.

“¡Vamos por champaña!” Ocho minutos de camino, esbelto, transluciente, con cariñitos de nieve y hielo oxigenando, cielo oscuro limpio, de ojo Venus, jarrones celestiales iluminando, luna pícara escondida, lazos blancos y rojos delineando los altos árboles sobre los arbustos colorados, hasta llegar al portón.

Coronado en vestimenta navideña, el postigo sonriente, mirando en el retrovisor, la casa blanca afijada entre columnas dóricas luciendo en su brillo y helada elegancia silvestre. Yo alejándome, ella dándome su venia de bailarina a la expectativa del retorno con champaña efusiva.

Dos semanas de trabajo intenso, encantado y muy bien recibido. ¡Pero cómo es que casi se me olvida que es el fin del año!

En Tokio celebra la última noche del año con 108 campanazos musicales para desalentar los malos sentimientos y empezar con el limpio corazón.

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‘La orquesta de la ópera’, del francés Edgar Degas.

Música en casa

Nos conocimos entre amigos un octubre noche celebrando Rosh-hashanah (Año Nuevo espiritual judío), invitados con la expectativa de cumplir con promesas ‘Celestinas’ familiares y aseguras de que sería solo a protocolario. ¡Protocolario y Celestina… el próximo fin de semana estábamos ambos sentados sobre ruedas de heno otoñal, pasando una tarde asediados por árboles y hojas acometidas, animadamente: serios, sonrientes…, primero lágrimas, luego risotadas, dulces quejas, consuelos divertidos, profundos pensamientos, afectivas emociones y frases al momento de parecer insignificante! …

En fin, definitivamente entendí por fin la ‘relatividad’ de Einstein: la excusa había sido un almuerzo, tres segundos después los invitados, padres, niños, perros y amistades salieron a buscarnos: eran ya las cinco de la tarde, estaba oscureciendo, habíamos salido de casa desde la una y cuarto, y estábamos a hora y cuarto de la ciudad. Nuestro celestino no gustaba conducir en la oscuridad.

¡Afretemos!, como dicen en Italia, corramos antes de que nos encuentren; …le tomé la mano, abracé su cintura y empezamos a andar.

A mi favor el terreno, ella se deslizaba bajo la imprevisibilidad de los cortes de heno ya bien recogidos, yo felizmente la apoyaba y la recogía… sonrisas de jóvenes extáticos.

Pasando el portón del verde invernadero próximo a la cabaña, nuestro destino, un tirón fuerte en la camisa algo desequilibrante pero tierno me sacudió. ¿Qué pasó? –pregunto… el tirón de San Mateo, me dice,… ay de ti si me llegas a hacer doler, y que no me vean darte un beso… bueno –cariñosamente dije– para un beso no hay que excusarse ni pedir permiso, y para el dolor, la música y la poesía…

En Viena, la capital musical clásica europea, el Año Nuevo se celebra a la medianoche con el valse Emperador. Desde 1939, en la mañana siguiente la Filarmónica de Viena ofrece el famoso programa televisado mundialmente desde el Musikverein con el Danubio azul, la champaña dulce, bailarines, y la simple elegancia extática de la ciudadanía.

Siempre salimos tres despiertos y regresamos con uno dormido. Afortunadamente, todavía suficientemente ligero y lo puedo cargar. Sí, ligero y pequeño, pero con la energía de un delfín saltando entre tiburones.

En establecimientos con poca atendencia, logré conseguir un champaña y una malta, y rápidamente de regreso por entre las cortinas de nieve y hielo livianas no es fácil conseguir quien lo atienda en la lejanía campestre durante los últimos días del año.

De retorno a la finca, hay poco tiempo para enfriar champaña. ¡Anda!, queremos estar el Año Nuevo en la finca!

En Nueva York, aunque la ciudad luce prendida y activa, las mejores fiestas de Año Nuevo son entre amigos y familia en esferas predilectas. Brut es el champaña preferido neoyorquino.

En el camino de regreso por el campo se escuchan los cohetes artificiales. El hielo y la nieve se incrementan, el retrovisor se inmoviliza, ranuras cubiertas de hielo.

No hay manera, el camino se alarga y el celular empieza a timbrar, parientes, hermanos y familiares empezando a llamar a felicitar. Agua congelada cosiéndose entrenzada en las ventanas de atrás del vehículo.

Subimos, deslicé un poco, luego al centro de la carretera pasan un coche-caballo y una sonrisa. Pasamos la bomba de agua y luego, en la distancia, pequeñas y sutiles lucecitas de la casa. Tenemos solo nueve minutos para llegar a tiempo. Portón, auto en camino, llegamos por fin, hacen falta solo seis minutos.

En Londres, afijaron mundialmente el misterio, el buen sabor, la elegancia celebrativa y las copas flautas dadas para las buenas y grandes celebraciones.

La bebida predilecta de Reims y los reyes franceses. Los londinenses exigen variaciones como brut, sec du sec, y la convierten en la bebida apropiada para coronaciones, fiestas de fin de año y en compas con la elegancia femenina.

Reina abre la puerta, cargo a los perros y al niño, todos dormidos; los acomodo, ya casi la medianoche.

Toda una casa mudada, luces prendidas, abro la botella, la malta encerrada, en tazas simples pero benditas, descorchamos, lentamente brindamos, y a solas los dos en casa, helados, cansados, sacudimos el trabajo del día, apagamos teléfonos, luces prendidas y con todo el sentimiento, sutileza, ternura de una de una pareja en unísono, prendí el compact disk, la canción Solo por ti, le pedí la mano, ella me dio un dulce beso, yo un abrazo y, lentamente, bailamos, bailamos y bailamos, a una nueva vida y nuevo día.

En Barranquilla, el Año Nuevo se pasa con champaña, ron, cerveza, familia y amigos. La fiesta de celebración del nuevo año nos revitaliza.

Como en ningún otro lugar, a la medianoche se baila y se escuchan valses, merengue, porro, salsa, cumbia, vallenato y demás. Existen más de cincuenta danzas y estilos musicales autóctonos en nuestra área.

Un espléndido y feliz Año Nuevo de mi parte a todos en mi ciudad natal. Mi deseo: que tengamos la energía y el coraje de bien establecer todas las artes en nuestra región. Y que no se nos olvide el ballet, la poesía, el arte y las letras, y que seamos los felices dueños de nuestra orquesta sinfónica profesional.

http://revistas.elheraldo.co/latitud/ano-nuevo-con-vals-y-champana-129645

 

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